martes, 7 de agosto de 2012
Cien metros vallas.
Caía el agua fuerte sobre mis manos en el lavabo. Eso quería decir que estaba de vuelta en Madrid. Miro el macuto y está prácticamente vacío (más o menos como esperaba) y aún tengo que poner una lavadora.
La gente que me quiere y que está más cerca de mi, pregunta... lo triste o lo raro, es que no sé qué contestar. El viaje ha sido muy cansado, el trabajo en Kimbondo ha sido muy cansado... en general eso, estoy cansado, pero estoy sumamente feliz, lo normal al volver de las tierras negras. Pero no sé bien qué puedo explicar, no sé bien qué es lo que la gente quiere oír, no sé bien qué palabras pueden describir con mayor corrección qué es Kimbondo o qué es el Congo (el Zaire... ¿te acuerdas viejo?)
Hoy puedo escribir estando directamente conectado al wifi, y en cierta manera se pierde la magia... en cierta forma echo de menos la mosquitera (aunque en general prefiero no tener que utilizarla, el anófeles es mu jodio, que diría el otro...), echo de menos al Padre y echo de menos el seguir creciendo.
Mientras charlaba con mi cuñado él bromeaba ante la posibilidad de vivir en África... no me parece una idea muy descabellada, ya que siendo pragmático, ante la nueva situación socio económica, parece que África se descubre como el continente de las oportunidades para los que hoy todavía somos jóvenes... pero sólo veo que bromea... y creo que yo también.... o no...
La vuelta a África ha sido más o menos como yo esperaba, y aunque Kapuchinsky dice que tratamos a África como un Todo de manera injusta, yo he vuelto a sentir y experimentar muchos sentimientos parecidos a los que viví en Etiopía. No podemos globalizar, pero los europeos tienen mucho en común, así también lo tienen los negroides.
Si quieres que te cuente algo, la farmacéutica ha salvado una vida de manera directa, de manera directísima. La ha cuidado tanto que muchos pensaban que era su propia hija. Y creo que indirectamente ha salvado otras muchas que no podemos contabilizar, quizás lo mejor de todo, el poder cambiar la mentalidad de algunas africanas con las que ha luchado día y noche. EL pequeño Lulu ha trabajado de manera increíble tratando y curando incluso a Mamá Cocó, el alma de la pediatría. Ha mejorado la calidad nutricional de muchos niños y ha conseguido que algunas cosas cambien... hoy día la farmacia está ordenada y es algo funcional. Lo mejor, está lleno de ganas de volver al corazón de África y no descarta una estancia larga... es lo que tiene mamá.
Allí hemos dejado a Cintia... que ya jugaba con los lápices de colores (gracias al amor de la farmacéutica), o a Patricia con su hipoxia, pero gordita como nunca habíamos imaginado.
Hemos dejado la cerveza Primus, y el queso morbido (de untar que decimos por aquí), y el arroz blanco. Mientras vemos a un Iraní o a un Granadino (de país, no de provincia) convertirse en la primera medalla de oro, Kimbondo seguirá igual. El Doctorcito sigue trabajando por sus niños; y la vida y la muerte sigue corriendo en la ladera de Kimbondo; esperando, creo, a que desde aquí, desde España, podamos ayudarles en la gran labor que están realizando. Así que vamos a encender los motores y nos ponemos en marcha. Las olimpiadas de la vida no se juegan en 20 días... es todo un camino... como los cien metros vallas (pero en vidas hablo...).
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Síguenos la pista, que la fundación por Kimbondo en España arranca en breve. Gracias a todos y a todas.
miércoles, 1 de agosto de 2012
A kilómetros
Macario estaba sacando una foto; la idea no era mala porque quería, supongo, recordar el sitio exacto donde quedaría para siempre Felipe. En el camino se nos había despedazando, poco a poco, una cruz de cemento dudoso que habían construido para una ocasión como esta. En Kimbondo esta situación no es diaria, pero casi. Como todo en Congo, el cementerio también me resultó raro, ibamos por la carretera y sencillamente ahí estaba. Todo el margen derecho de la nacional que lleva hacia el interior estaba decorado con lápidas colocadas a diestro y siniestro, sin ningún sentido aparente. Lo único que dominaba era el color blanco.
Nos habíamos adentrado cargando con la caja blanca y la cruz unos cuantos de la familia de Kimbodo, entre ellos, Macario. El joven seminarista comboniano que ayuda en lo que puede dentro de la pediatría. Hoy nos ha contado que su apostolado ha comenzado, y que lo va a realizar a través de la enseñanza de la disciplina a los jóvenes de Boboto. Los chicos de entre 8 y diecimucho que son un poco particulares, podrás imaginar. Caminabámos hacia el supuesto lugar... que no!, parece que dice un encargado, que es más allá... Dentro de ese aparente caos, había un encargado y por supuesto una casucha donde debías aportar los honorarios precisos para ocupar dicho santuario.
Yo iba el último ayudando con el traslado de la cruz y era testigo de cómo poco a poco se iba desmontando. Triste imagen... ah! No pasa nada, luego Macario hace una foto y podemos volver con una cruz nueva... le entendía al que parecía ser más gracioso de todos. Yo le conozco por el mecánico... siempre con los coches.
En fin, otro niño que partió con el Señor, nos dice el Padre Hugo, puede que fuera mejor. Y seguramente tenga razón.
Va quedando menos tiempo y parece que es ahora cuando empezamos a controlar cómo va todo y hasta donde se puede llegar. De hecho han comenzado los debates sobre qué se puede hacer con este pueblo... cómo les podemos ayudar...¿quieren ser ayudados? Ya sabeis, conversaciones de jóvenes que tienen mucha energía y todavía ilusión por cambiar el mundo. ¿ingenuos? ¿...?
El viaje por el interior ha sido increíble. Hemos conocido el ranchito del Doctorcito. El Padre es consciente de la sua edad, que diría un italiano (creo), y está creando una forma de generar ingresos para que su proyecto de vida permanezca con salud, en caso de que él la perdiese. Hemos visto el Congo de la ciudad, de la carretera, del interior de la sabana... al amparo de los pequeños oasis de palmeras. Hemos comido con ellos, hemos reído con el doctorcito y hemos sufrido sus cortafuegos; a los que ellos llaman caminos transitables en 4por4. Toda una experiencia el mirar otras cosas distintas. Así pues, parece que a todos nos está removiendo los intestinos este otro mundo real en el que vivimos, aunque sea a más de mil kilómetros de aquí.
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