Vaya por delante que no soy futbolista, ni fútbolero, ni hincha, ni hooligan. Sí que soy cervecero acompañado de amigos. Así, sí. Acompañado de un zumito de cebada me gusta ver como 22 multimillonarios corren en calzón corto detrás de un balón de cuero, pero sólo lo hago en ocasiones contadas.
A pesar de todo estoy feliz por el último campeonato ganado por la selección, sencillamente porque parece que lo hemos ganado todos. En las redes sociales hemos leído maravillosas frases como "España somos todos" y lindezas de esas. Y aunque comparto otras soflamas como la de "nadie se echa a la calle por la pobreza y sí por el fútbol", epitafio triste pero muy real, me gusta ver al país contento en una época gris.
Banderas por todos lados, los cláxones sonando no para cagarse en la madre de nadie, sino como signo de júbilo y de alegría. Pero sí, me entristece que sólo veamos gente en la calle por el fútbol. Quizás lo necesitábamos, quizás el pan y circo funciona.
No soy muy seguidor de todo lo que hicieron los ciudadanos romanos, o los patricios, a pesar de que sea hijo de esa cultura. Pero me permito atisbar un poco de luz cuando nos ofrecen circo. Aunque nos quiten el pan. Es cierto, todos necesitamos un poco de estrambótico arte circense cuando las cosas van mal. Es como una droga, que ilusiona y por eso crea felicidad... pero claro, luego viene la resaca. Es raro, porque todavía recuerdo cuando paseaba por las silentes calles con mis canes... todo lleno de banderas. Y de repente... Bum!, como un petardo, todas las calles gritaban porque la pelotita se alojaba entre las redes. Los perros me miraban raro, extrañados... he de confesar que yo también a ellos.
Todavía recuerdo esas silentes calles llenas de banderas, y parece que esta resaca no acaba todavía. Me preguntaba alguien el otro día... ¿cuando habrá que quitar las banderas? (todavía hoy siguen ahí... pocas, pero aún siguen) ¿cuando se acabará esta resaca de goles y felicidad? Creo que las reformas de ayer han sido como el espirifen que tomaba una amigo cuando en la cabeza le golpeaba el martillo de una noche que amaneció. Bienvenidos al lunes.
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